domingo, 30 de septiembre de 2012

Función #2: Sudores fríos



Todos dormían en la vieja casa familiar del pueblo, y la paz sólo era interrumpida por los ronquidos del tío Ricardo que sonaban como truenos en una noche cerrada de tormenta. El pequeño Nicolás, después de un "do de pecho" contundente, en la habitación de al lado, se despertó, y a partir de ahí sus ojos se conviertieron en luceros al filo del alba. Una vuelta, dos, tres..., interminables,  y sin poder conciliar de nuevo el sueño. Y de repente un estruendo magnifico en la cocina que hace que empiece a dispararse su respiración entrecortada por el asma, que vuele su mente imaginando el asedio de un ladrón..., o lo que es peor, un asesino; que los latidos se aceleren ante el miedo y que la primera acción reflejo sea la de ponerse la manta por encima de la cabeza y adoptar una posición fetal. Otro estruendo y el miedo se convierte en terror apareciendo por fin los sudores fríos. Después la luz del pasillo se enciende y por una rendija de la manta asoma su ojo,  viendo a la abuela con una escoba,  mientras madice al pequeño gato blanco que rondaba los restos de la cena y que la ha preparado parda al tirar los vasos que había sobre la encimera.

Función #1: Todo seguirá en silencio



Estaba apoyada en un árbol mientras veía como revoloteaba una hoja en el suelo - ocre y con agujeritos que hacía menor su resistencia al viento -. La calle abarrotada por personas con prisa,  que como hormigas se dirigen a mil y un sitio, a mil y una tarea, enfundadas en sus abrigos para no caer enfermas. Y ella que posa su mirada en el cielo raso, en la luna que de grande que está,  parece que va a precipitar sobre la cabeza de todos aquellos que pasan por allí. Emite un suspiro que resuena en sus pulmones mientras sus ojos se dirigen a un lado y a otro en una búsqueda incesante que hace que se le acelere el pulso. Se frota las manos enfundadas en unos guantes rojos de terciopelo, acabando el movimiento justo cuando llegan a la altura de la cadera, quedándose los brazos entrelazados por debajo de los senos. Pierde la esperanza, se agota la paciencia, se diluye la escasa mueca de sonrisa que quedaba en sus labios. Como las últimas veces..., todo seguirá en silencio al llegar a casa. Como las últimas veces, su admirador secreto no ha tenido la valentía de aparecer y hacer realidad el entusiasmo que le proporciona cada ramo de flores en la oficina, cada carta perfumada que le llega los martes, las cajas de bombones que se apilan en el armario del salón, o las llamadas a media noche en las que un titubeo inicial deja paso al sonido estridente del pitido.